Tarea difícil pero mirándola de afuera parece ser grata a pesar de los contratiempos. Precisamente ahí es cuando las personas justas se hacen presentes. Pude observar, dejando de lado la maravillosa actuación de los otros protagonistas, a dos personas brillando sobre el resto con sus gritos diferenciados.
Gritos que no son de hinchada, de recitales, de enojo; son gritos de orientación personalizada para realizar un profundo trabajo de equipo.
Referencias concretas, precisas, nombres en particular, indicaciones de movimientos y ubicación de objetos “arco”.
A la vista el pensamiento recurrente es ¿cuánta confianza hay que tener entre dos personas para cumplir exactamente y en cada detalle las indicaciones?. ¿Cuánta capacidad tiene un arquero para cumplir su función primordial y a la vez orientar al jugador?. ¿Cuánta confianza se deposita en el guía, quien detrás del arco se esfuerza para que ese balón tan preciado termine entre las redes y disponerse para salir corriendo a abrazar al goleador?
Si en el mundo de los videntes no es fácil creer en las personas, en el mundo de los ciegos (a mí parecer) se acentúa esa desconfianza. Por eso se merecen una mención especial, un reconocimiento extra esas dos personas capaces de estar separadas por una cancha de fútbol, uno en cada arco, y sin embargo tirar para el mismo lado.
La palabra “felicitaciones” queda chica para personas simples a la vista pero complejas si se analizan en profundidad. Una para el SEÑOR que cuida el arco propio y otra para el SEÑOR que se encarga de manejar la habilidad del atacante para lograr el triunfo.
Por Rocío Duarte